Crónica de un periodista… Los muertos de buscaís, gozan de cabal salud

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Por: Agustín Torres Sotomayor

Lo bueno y lo malo existe como existe lo blanco y lo negro. 

A los cinco años aprendí la lección cuando un amigo imaginario jugaba conmigo frente al altar que tenía mi madre en la casa del callejón ‘Brown’ de Guasave, Sinaloa, donde a mucha honra, crecí.

La casa de mis padres estaba formada por un enorme cuarto con paredes de ladrillos de adobe y techo de lámina dividida por un ropero que mi padre le construyó a mi madre y por un viejo librero de cedro de Chinobampo, El Fuerte, donde mi abuelo tenía sus libros en latín. 

Ahí jugaba con ese niño que desaparecía cuando mi madre entraba a la estancia.

Muchos acontecimientos que habrían de pasar en la familia me los confió ese espíritu de un niño. Él fue mis ojos y mis oídos al futuro que me esperaba durante mi niñez.

Por eso les relatare en esta crónica, historias verídicas, y en verdad les aseguro que allá afuera, más allá de lo que ven sus ojos, hay otro mundo paralelo donde ‘ellos’, los espíritus de nuestros seres queridos habitan, solo a los que se les ha permitido, les pueden ver.

Ellos regresan a visitar a sus seres queridos un par de veces al año. Esa es la tradición del “Día de Muertos”.

Mi tocayo Agustín.

Mi tocayo Agustín Mancillas García tiene la peluquería por el callejón Agustín Melgar de Los Mochis, Sinaloa, sus padres se mudaron de Tecuala, Nayarit cuando él era pequeño.

Durante la década de los años setentas, su hermano mayor se había instalado en Los Mochis y había abierto una peluquería. 

Los Mancillas García crecieron en Los Mochis, Sinaloa. Mi tocayo tuvo muchas novias hasta que lo ‘pescó’ una mochitense madre de sus hijos. Pero la tierra lo jala. 

Mi tocayo Agustín, después de siete años sin ir a visitar a su familia en Tecuala, Nayarit, aprovechó las vacaciones escolares de sus hijos y se fue a pasar unos días a su tierra de origen.

Después de unos días de hospedaje con ‘Juve’, uno de sus hermanos, fue a visitar a uno de sus tíos a La Cofradía. 

De regreso, mientras caminaba por la vereda de terracería se encuentra con un jinete a caballo.

Era el mes de septiembre, recientemente había festejado su cumpleaños que había sido el 28 de agosto, cuando vio al jinete se acomodó la cachucha.

Quiso pasar de largo cuando se emparejó con la espectral figura. No volteo a ver al hombre que montaba aquel caballo al que le decían ‘el colorado’.

Cuando agachó la cabeza, el hombre lo saludó:

“Que paso Agustín, cuanto tiempo sin verte”, mi tocayo volteo a verlo. 

Era don José Cervantes quien fue compadre de su padre y padrino de bautizo de su hermano Juventino, donde estaba hospedado con su familia.

“Que paso don José, ¿de dónde viene?”, respondió mi tocayo Agustín.

“Vengo de espantar a las pichihuilas y a los patos, ya ves cómo se comen el maíz”, respondió aquel hombre sonriente. 

“¿Todavía tiene el caballo colorado don José?”, pregunto mi tocayo a aquel hombre.

Mi tocayo Agustín y don José platicaron durante veinte minutos. Aquel hombre hasta preguntó a mi tocayo por su esposa.

“Bueno Agustín, tengo que irme, me dio mucho gusto verte, tenías muchos años que no venias”, dijo aquel espíritu que se le presento en carne y hueso.

“Ya me voy, me saludas al Juve”, dijo y se despidió. 

Aquel jinete tomó el camino a Novilleros.

“Cuídese don José, que gusto haberlo encontrado”, dijo Agustín con alegría y respeto.

Aquel jinete dio la espalda a mi tocayo quien diez minutos después llegaría a la casa de su hermano Juventino.

“¿Cómo te fue con mi tío?”, pregunto Juve a su hermano.

“Bien, contesto mi tocayo, por cierto, de regreso me topé con don José Cervantes, el compadre de mi papa, te mando saludar”, dijo Agustín.

Juventino Mancillas abrió desmesuradamente los ojos y dijo:

“¿Como que te encontraste con don José? ¿Estas bromeando?”

“Sí, te mando saludos”, afirmó mi tocayo Agustín.

“No puede ser, ¿tú en verdad lo viste?”, preguntó Juventino.

“Te estoy diciendo que hasta te mando saludos, hasta venia montado en su caballo el colorado”, afirmó.

“No puede ser, don José García murió hace ocho años hermano”, dijo sin dar crédito Juventino.

Hasta ese momento sintió miedo.

A mi tocayo Agustín jamás se le olvido esa experiencia, haber platicado con un muerto. 

El muerto de Jahuara.

Pedro y Jesús andaban en El Carrizo, habían ido a comprar unas herramientas a una ferretería, de regreso se detuvieron en el expendio y compraron dos ‘promos’, cuando sonó el teléfono de Pedro para avisarle que había un fallecido en el pueblo.

Luego de ponerle diesel al camión enfilaron por la carretera El Carrizo-El Fuerte rumbo a Jahuara.

Cuando iban llegando al Oxxo que esta sobre esa carretera vieron a Enrique de pie esperando un raite.

“Súbete cabrón aquí adelante”, Pedro agradeció la cortesía, “no, aquí me voy atrás”.

No hubo poder humano que lo hiciera cambiar de opinión.

Cuando el pesado vehículo cruzó el arco de entrada de Jahuara, Enrique golpeó con su mano la lámina indicando que tenía que bajarse.

“Gracias”, dijo y se perdió entre las sombras.

Cuando Pedro y Jesús llegaron a su casa, María su hermana dio la noticia:

“Es que se murió Enrique Valenzuela y acaban de traerlo de la funeraria, lo están velando”, dijo.

Pedro y Jesús se vieron extrañados y asustados.

El raitero de carne y hueso que habían traído de El Carrizo era Enrique Valenzuela, el cuerpo estaba en el ataúd mientras su espíritu recogía sus pasos. ¿Misterio o realidad?

Oído por casualidad.

En 1982, el programa de radio “La Hora Menuda” que yo conducía en la radiodifusora XEPNK Canal 88 era la locura, no había quien no la escuchara.  

Mi tocayo Agustín Mancillas y un amigo suyo habían recibido el ‘pitazo’ que había una ‘pachanga’ de quince años en la sala de fiestas de ‘El Farallon’, allá se fueron volando.

Cuando llegaron a la puerta les pidieron el pase de entrada. No traían porque ni sabían quién era la cumpleañera.

El amigo de mi tocayo le dijo a la muchacha, “¿que no sabes quién es el?”

“No, ¿quién es?”, contestó la portera.

“Él es Agustín”, respondió, el resto se dio por añadidura.

“¿Agustín Torres Sotomayor el de la Hora Menuda?”, respondió la ingenua muchacha mientras que mi tocayo posaba como si fuera Mauricio Garcés, Luis Miguel o Tom Cruise.

Mi tocayo Agustín Mancillas y su amigo no solo lograron entrar a la fiesta de quince años, sino que los sentaron en la mesa de honor. 

A mi tocayo, la quinceañera le pidió que bailara el vals con ella y hasta autógrafos firmó gracias a la popularidad de “La Hora Menuda”.

De esta anécdota apenas me entere el año pasado.

“Y de esas hice muchas, tocayo”, me confió quien platicó con un muerto. 

Si quieren verificar esta información vayan a su peluquería, está por el callejón donde estaba el restaurante “El Taquito” en la plaza “Rio» de Los Mochis, Sinaloa.

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