Un día como hoy… muere el científico Albert Einstein

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El físico alemán de origen judío murió a la edad de 76 años a consecuencia de un aneurisma de aorta abdominal.

Mercer, Nueva Jersey, Estados Unidos. 18 de abril de 2020.- Princeton, una comunidad situada en el condado de Mercer y sede de una prestigiada universidad que data de 1756, recuerda hoy el aniversario luctuoso de una de las mentes más brillantes que haya visto este planeta en referencia al científico Albert Einstein quien falleciera en este lugar hace 65 años.

Considerado por muchos como ‘el padre de la bomba atómica’, Einstein proclamado «personaje del siglo XX» y el más preeminente científico por la revista Time, nació en la ciudad alemana de Ulm, cien kilómetros al este de Stuttgart, en el seno de una familia judía, el 14 de marzo de 1879. Sus padres fueron Hermann Einstein y Pauline Koch.

El pequeño Einstein, con solo tres años de edad en 1882.

En 1901 apareció el primer trabajo científico de Einstein: trataba de la atracción capilar. Publicó dos trabajos en 1902 y 1903, sobre los fundamentos estadísticos de la termodinámica, corroborando experimentalmente que la temperatura de un cuerpo se debe a la agitación de sus moléculas, una teoría aún discutida en esa época.

En 1905, cuando era un joven físico desconocido, empleado en la Oficina de Patentes de Berna, publicó su teoría de la relatividad especial. En ella incorporó, en un marco teórico simple fundamentado en postulados físicos sencillos, conceptos y fenómenos estudiados antes por Henri Poincaré y por Hendrik Lorentz. Como una consecuencia lógica de esta teoría, dedujo la ecuación de la física más conocida a nivel popular: la equivalencia masa-energía, E=mc². Ese año publicó otros trabajos que sentarían algunas de las bases de la física estadística y de la mecánica cuántica.

En 1915, presentó la teoría de la relatividad general, en la que reformuló por completo el concepto de la gravedad. Una de las consecuencias fue el surgimiento del estudio científico del origen y la evolución del Universo por la rama de la física denominada cosmología. En 1919, cuando las observaciones británicas de un eclipse solar confirmaron sus predicciones acerca de la curvatura de la luz, fue idolatrado por la prensa. Einstein se convirtió en un icono popular de la ciencia mundialmente famoso, un privilegio al alcance de muy pocos científicos.

Por sus explicaciones sobre el efecto fotoeléctrico y sus numerosas contribuciones a la física teórica, en 1921 obtuvo el Premio Nobel de Física y no por la Teoría de la Relatividad, pues el científico a quien se encomendó la tarea de evaluarla no la entendió, y temieron correr el riesgo de que luego se demostrase errónea. En esa época era aún considerada un tanto controvertida.

En 1920, un año después fue nombrado Premio Nobel de Física.

Ante el ascenso del nazismo, Einstein abandonó Alemania hacia diciembre de 1932 con destino a Estados Unidos, donde se dedicó a la docencia en el Institute for Advanced Study. Se nacionalizó estadounidense en 1940. Durante sus últimos años trabajó por integrar en una misma teoría la fuerza gravitatoria y la electromagnética.

El 16 de abril de 1955, Albert Einstein experimentó una hemorragia interna causada por la ruptura de un aneurisma de la aorta abdominal, que anteriormente había sido reforzada quirúrgicamente por el doctor Rudolph Nissen en 1948.

Einstein rechazó la cirugía, diciendo: «Quiero irme cuando quiero. Es de mal gusto prolongar artificialmente la vida. He hecho mi parte, es hora de irse. Yo lo haré con elegancia».

Murió en el Hospital de Princeton a primera hora del 18 de abril de 1955 a la edad de 76 años. En la mesilla quedaba el borrador del discurso frente a millones de israelíes por el séptimo aniversario de la independencia de Israel, que jamás llegaría a pronunciar, y que empezaba así: «Hoy les hablo no como ciudadano estadounidense, ni tampoco como judío, sino como ser humano».

Einstein no quiso tener un funeral rutilante, con la asistencia de dignatarios de todo el mundo. De acuerdo con su deseo, su cuerpo fue incinerado en la misma tarde, antes de que la mayor parte del mundo se enterara de la noticia. En el crematorio solo hubo doce personas, entre las cuales estuvo su hijo mayor. Sus cenizas fueron esparcidas en el río Delaware a fin de que el lugar de sus restos no se convirtiera en objeto de mórbida veneración. Pero hubo una parte de su cuerpo que no se quemó.

Durante la autopsia, el patólogo del hospital Thomas Stoltz Harvey​ extrajo el cerebro de Einstein para conservarlo, sin el permiso de su familia, con la esperanza de que la neurociencia del futuro fuera capaz de descubrir lo que hizo a Einstein ser tan inteligente.

Lo conservó durante varias décadas, hasta que finalmente lo devolvió a los laboratorios de Princeton cuando tenía más de ochenta años. Pensaba que el cerebro de Einstein «le revelaría los secretos de su genialidad y que así se haría famoso».

Hasta ahora, el único dato científico medianamente interesante obtenido del estudio del cerebro es que una parte de él, la parte que, entre otras cosas, está relacionada con la capacidad matemática, es más grande que en otros cerebros.

Son recientes y escasos los estudios detallados del cerebro de Einstein. En 1985, por ejemplo, la profesora Marian Diamond, de la Universidad de California en Berkeley, informó de un número de células gliales (que nutren a las neuronas) de superior calidad en áreas del hemisferio izquierdo, encargado del control de las habilidades matemáticas. En 1999, la neurocientífica Sandra Witelson informaba que el lóbulo parietal inferior de Einstein, un área relacionada con el razonamiento matemático, era un 15% más ancho de lo normal. Además, encontró que su cisura de Silvio, un surco que normalmente se extiende desde la parte delantera del cerebro hasta la parte posterior, no recorría todo el camino.

Cuenta la historia que Albert Einstein escribe una carta junto al físico húngaro Leó Szilárd dirigida al presidente Roosevelt en la que le advierte que la Alemania nazi podría estar desarrollando un arma nuclear y sugiere que Estados Unidos debe adelantarse, en base a ello nace el famoso proyecto «Manhattan».

Albert Einstein y el físico húngaro Leó Szilárd escriben la carta al presidente Roosevelt.

Dicho proyecto fue descrito por gente cercana al científico como ‘la gran tragedia de su vida’, historia que enlaza fechas como el 6 y 9 de agosto de 1945 cuando se detonaron los artefactos en las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, o bien, el 2 de agosto de 1939 día en que Einstein firmó la carta que lo comenzó todo, carta que lo atormentó hasta el fin de sus días.

Einstein con Julius Robert Oppenheimer, físico-teórico estadounidense tambien de origen judío con importante participación en el proyecto «Manhattan».

Esta es la historia, también, de cómo una nevera lleva a la bomba. O la historia de cómo un pacifista, uno de los pocos académicos alemanes que ya en 1914 condenó el militarismo de su país, pero que su trayectoria científica lo llevó a convertirse para el imaginario colectivo  como el «padre de la bomba nuclear», así lo bautizó la revista Time en 1945, cuando lo colocó en la portada junto a un hongo nuclear con el “e=mc2”. Una enorme injusticia.


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