Crónica de un periodista… “Esto solo puede ser un milagro”, afirmó el Oncólogo.

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Por: Agustín Torres Sotomayor

Si me permiten hablar, les comparto retazos de mi vida… Este viernes 28 de agosto se cumplen 16 años del siguiente relato.

Después de un mes de estudios, el dictamen del Oncólogo fue demoledor, «es cáncer de estómago».

“Dígame la verdad, ¿cuánto tiempo de vida me queda?”, pregunté.

“Solamente Dios lo sabe”, me respondió, “pero las células son muy agresivas, si se van al páncreas tal vez tres meses a lo sumo”, vaticinó.

Así fue como me diagnosticaron cáncer de estómago en Mazatlán a donde corrí a refugiarme. Fue en julio del 2004, junto conmigo, supe que se habían presentado 4 casos más en el IMSS de Los Mochis.

Coincidentemente todos éramos varones, lamentablemente no vivieron ni un mes. Javier, un muchacho de Juan José Ríos soportó tres meses aferrándose a la vida con el aliento que le daba su esposa y sus dos pequeñas hijas, era contratista y fue quien instaló el piso de mosaico en mi casa, por eso lo conocía.

“No vayas a suicidarte”, me sugirió mi tío Juan Antonio Sotomayor Sierra. ¿Como cree usted? dije. “Mi madre nos educó en la religión católica, Dios me envió aquí y Dios me va a recoger el sabrá cuando”, le respondí.

Después vendría una crisis existencial. ¿Porque yo? Preguntaba a Dios, como nos hemos preguntado todos los enfermos de cáncer. Luego vendrían las dolorosas quimioterapias. Después inicie dos encierros espirituales para prepararme para morir. Quería llegar hasta la casa de Dios completamente limpio. 

“Mi cuerpo ya no era mi cuerpo, era un esqueleto que tenía pegada la piel a los huesos porque mi estomago rechazaba el alimento, solo podía comer atole de pinole y hielo. Si, hielo, que mordisqueaba durante todo el día para bajar el fuego que sentía en el colon y la parte baja de mi estomago hinchado”.

Recuerdo que para que no me escuchara mi hermana, salía a la banqueta, de un teléfono público le hable a la licenciada Rosy Lizárraga, coordinadora de Comunicación Social del Gobierno del Estado.

“jefa, estoy en Mazatlán, estoy mal, ya me dijeron que tengo cáncer de estómago y que no tengo remedio, me dan tres meses de vida, estoy desahuciado”.

Sentí que Rosy se impresionó, “no digas eso Agustín”.

Respondí, “jefa, te quiero pedir un último favor, quiero pedirte que te encargues de mi funeral, no quiero que gaste un solo centavo mi apa”, dicho esto se me empezaron a salir sin control las lágrimas de los ojos.

Al día siguiente Titi mi hermana, me informaba que me buscaban afuera. Había llegado un compañero de la Coordinación de Comunicación Social de Mazatlán para informarme que de parte del gobernador Juan S. Millán, ponían a mi disposición el Hospital General de Culiacán, o Guadalajara, o México, o en Tucson, todo gracias a mi ‘Ángel de la Guarda’, mi jefa Rosy Lizárraga.

“Díganle al Gobernador que muchas gracias, mi problema de salud ya no tiene remedio. Ya no hay nada que hacer, para que gastar ‘deoquis’», le expresé cabizbajo.

Mi cuerpo ya no tenía energía. Mi hermana María de Jesús me llevaba a escuchar misa los domingos, caminaba un metro y me sentaba a descansar para agarrar fuerza. En la banca no podía ni levantar la cabeza durante la misa, era literalmente un despojo humano.

Mi hermana me pidió que me quedara a morir en Mazatlán y yo le dije que no, porque quería que me sepultaran junto con mi madre en el panteón viejo de Guasave, no estaría tan solo porque además de mi madre, a unos metros esta la tumba de mi amigo Lalo «el gallo» Elizalde y la tumba de mis padrinos de bautizo Isauro Barraza y Mina Armentilla.

Mi tía Aurora, hermana de mi madre me ofreció poner su camioneta y la gasolina para llevarme de Mazatlán a Guasave y yo acepté agradecido.

Una noche antes del viaje, después de hacer oración, el cuarto donde yo dormía se llenó de un perfume que jamás había conocido. Ya dormido profundamente, mi espíritu se levantó de mi cuerpo, yo mismo me vi tirado en la cama, y sentí que alguien me tomó de la mano y no caminábamos porque no sentí los pies, al parecer volábamos, pasamos por un largo pasillo, levanté mi brazo para cubrirme los ojos pues una luz muy blanca, muy intensa me lastimaba los ojos.

¿Los ojos?, pensé en el sueño, si los tengo cerrados, acaté.

De pronto la persona espiritual que me llevaba de la mano me dejó solo, parado frente al señor. Era de avanzada edad. No lo podía ver con mis ojos ni lo podía escuchar con mis oídos terrenales, pero lo veía y lo escuchaba espiritualmente.

Su cabello blanco irradiaba la luz, era una luz que jamás había visto, no era de este mundo. No podía ver su cara, fue cuando escuche su voz, esa voz que desde hace 16 años se quedó grabada en mi corazón.

Me dijo:

«Tú no vas a morir. Tú vas a vivir. Pero para que puedas vivir es necesario cambiar la vida de tu tía Teresita, pero tú no vas a morir».

Semanas después mi tía Teresita falleció, tal como se me anunció, y empecé a sentir que la sangre empezó a correr por mis venas. Volví a sentir la vida.

Doy testimonio por la grandeza y la humildad de Dios que en mi hizo un milagro.

Un día como hoy, este viernes 28 de agosto se cumplen 16 años de ese sueño premonitorio, también es mi cumpleaños.

Dios me dio una segunda oportunidad y con ella el regalo más grande de cumpleaños de toda mi vida.

Ningún ser humano sobre la tierra, encuentra las verdaderas fuentes de comunicación con Dios hasta que experimentamos la adversidad, y en virtud a ella, llega a un punto en que nos quebrantamos y nos hallamos absolutamente desamparados ante Dios.

Expulsen la soberbia de su corazón pues es el pecado que más ofende al Señor Nuestro Dios.


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