Crónicas de un periodista… “La noche que el palacio municipal lloró”.

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Por: Agustín Torres Sotomayor

Si me permiten hablar… hoy les comparto retazos de mi vida.

Ana María Ayala Vega era una niña que había festejado sus 15 años. fue la segunda de los cinco hijos que crio mi amigo Norberto Ayala López y su esposa Ana María Vega.

A Ana María su cabello le caía abajo de los hombros, parecía un arcoíris de colores rubio y ámbar.

La miré por primera vez cuando estuve en el COBAES para invitar los jóvenes a participar en el Festival Cultural de Sinaloa siendo yo coordinador y director de Acción Social municipal.

Ana María se integró al grupo de edecanes del Festival Cultural por invitación de Juan Pablo Estrella. Ambos habían iniciado un noviazgo. 

Con ellos se sumarian también los estudiantes Anel y Juan Carlos Estrella, Francisco «pancho Chayanne». Después llegó de la preparatoria de la UAS, Juan Carlos Álvarez, de Aguacalientita, El Fuerte.

Era el mes de octubre de 1988 y junto con Aida López «la prieta», mi hermana Rosalía Torres Sotomayor, Liliana Garnier, hija de mi estimado amigo Guillermo Garnier y Maite Sauceda, hermana del alcalde Manuel Sauceda Valenzuela, eran las edecanes titulares del Festival Cultural 1988 en El Fuerte, Sinaloa.

Ana María ya había estado un año antes como edecán, pero ese 1988 fue fatal.

Inicio con nosotros en el festival, pero a los primeros días empezó con temperatura.

Una noche tuvimos que llevarla a su casa, se sintió indispuesta pero ya jamás regresó al palacio municipal donde se escenificaba el Festival.

Tiene mucha temperatura nos decía la señora Ana María su mamá. Una noche me dijo Juan Pablo Estrella. Ya no podré venir, no puedo dejarla sola, convulsiona y yo la amo.

A los días la llevaron a Los Mochis a hospitalizar y ya jamás nos la regresaron. Cuando vino a su Fuerte querido ya sus ojos estaban cerrados.

Es una enfermedad viral dijeron los especialistas. Entonces no se conocía la leptopirosis.

Nuestra Ana María Ayala Vega se nos había ido. Todo fue un descontrol en palacio municipal durante el Festival Cultural. Los moños negros en el hombro no podían reflejar nuestras lágrimas y tristeza

La esposa del Gobernador del Estado, Francisco Labastida Ochoa y presidenta estatal del DIF, doctora María Teresa Uriarte de Labastida habló al Ayuntamiento de El Fuerte dando el pésame.

“¿En qué puedo ayudar?”, dijo.

Nadie nos regresa a Ana María.

Ese día en palacio se presentaba la bailarina de flamenco Pilar Rioja.

«Esta noche es de tristeza, hay que pedir por Ana María para que ella pida por nosotros» dijo mientras el cante hondo españoles recorrían cada una de las arcadas del palacio municipal y las lágrimas rodaban por las caras tristes de los asistentes.

Baile flamenco de Pilar Rioja.

Estábamos exhaustos. Ver sufrir a Juan Pablo y ver el cuerpo de Ana María dormida nos había dejado sin fuerza, sin ánimo, sin vida.

Yo no pude ir a su sepelio. No lo hubiera soportado. Ver sufrir a sus padres Norberto Ayala que fue siempre mi amigo y a Ana María. ¿Qué dolor más grande puede haber?

De ese sufrimiento aprendimos una lección.

¿Porque buscamos en el mundo de los muertos a los que viven en nuestro corazón?

Milton, Marisol y a todos los hermanos de Ana María. El dolor jamás será el mismo, pero la seguiremos extrañando.

A la noche siguiente la soprano Gilda Cruz Romo lloró junto a nosotros antes de salir a dar su concierto.

En verdad les digo

Nadie se va para siempre porque al final no podemos buscar a los muertos que están vivos en nuestro corazón. Pero siguen vivos espiritualmente por obra y gracia de Dios.

Ana María aquí sigues en nuestro corazón.


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