Crónicas de un periodista… “Masticando tabaco con Fernando ‘el toro’ Valenzuela”

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Por: Agustín Torres Sotomayor

Si me permiten hablar… corría la temporada 1980-1981 de la liga mexicana del pacifico a la que se le impuso el nombre del exalcalde don Miguel Leyson Pérez, orgullosamente guasavense, aunque sus raíces provenían de los colonos americanos que llegaron a Topolobampo con Benjamín Franklin Jhonston.

Ese martes 18 de noviembre de 1980 me preguntó el cronista de radio de los Algodoneros de Guasave, José Trinidad ‘el mago’ Obeso si los iba a acompañar al juego. “Tendré que pintearme las clases de la prepa”, pensé. 

Apenas eran las seis y media de la tarde y ya estaba oscuro. Llegué al estadio de beisbol «Francisco Carranza Limon» y puse mi mochila en la cabina de trasmisiones de la radiodifusora XEGS de don Roque Chávez Castro. La cabina estaba en la parte más alta del estadio y se dominaba todo el campo de juego. Agarré el cuaderno y bajé con pluma en mano rumbo al dugout de Algodoneros para copiar el line up. 

Me lo entrego personalmente el célebre manager cubano Tony Oliva. Luego me encamine al del equipo visitante, los Mayos de Navojoa. Por distracción no me percaté que al bajar la escalinata sentí un golpe en la frente y al voltear hacia arriba vi una culebra colgada como de metro y medio. 

Me reí de la ocurrencia.  El manager Chuck Goggins, entraba y salía a los vestidores con la lista en la mano. Aun no había decidido los cambios de última hora. Me senté en la banca de cemento junto a un muchacho moreno al que tenía en su mano izquierda el guante y se cubría media espalda con una chamarra. Era el pitcher relevista Fernando Valenzuela.

“¿Y esa culebra?”, pregunte.

“Nos paramos a tirar el agua antes de entrar a Guasave y le salió a un compañero entre el monte”, me respondió.

“¿Quién la mato?”, volvía a cuestionar.

“Yo, ¿quién más?, los demás tuvieron miedo”, dijo en tono de carrilla y volteo a ver a Enrique ‘el huevito’ Romo que estaba a un lado.

“Si, muy valiente muy valiente”, dijo Romo y se sonrieron los dos.

Cuando el manager me entregó el line up, me fui a despedir de Valenzuela, este ya estaba de pie disponiéndose a ir a calentar, saco un paquetito, yo pensé que era Vik vaporub, tomó un puño y se lo metió a la boca, lo empezó a masticar.

“¿Qué es eso?”, pregunté.

“Es tabaco, ¿quieres probarlo?”, me dijo.

“Sale”, respondí y metió dos dedos y saco un pedazo de tabaco y me lo dio.

“¿Ahora que hago?”, cuestioné. “Pues métetelo a la boca y mastícalo”, me indico.

Fernando Valenzuela se fue al terreno de juego a calentar y yo me puse a masticar el tabaco. De pronto el mundo me empezó a dar vueltas, me mareé y tuve que sentarme de nuevo. Jamás había sentido algo así. No podía ni ponerme en pie.

Fernando que no estaba lejos se dio cuenta que algo andaba mal y se regresó a preguntarme, “¿Te pasa algo?”.

“Tal vez fue el tabaco, es la falta de costumbre, yo en mi vida lo había probado, lo peor es que cuando más trago saliva más me ataranto”, dije.

Fernando soltó la carcajada ante mi ignorancia.

“Es que la saliva no se traga, se tira mientras lo estas masticando”.

“Con razón”, mientras le dije al tiempo que se me movía todo el estadio sin parar.

Esa noche Fernando Valenzuela poncho a 7 algodoneros e iba por el récord de más ponches en una temporada en la historia de la liga. El sábado 22 de noviembre nos fuimos a Navojoa, yo no quería perderme ese acontecimiento. Ojalá lo logre, le repetía al ‘mago’ y al profe Orona.

En 1981 Fernando ‘el toro’ Valenzuela triunfaba en grandes ligas con Dodgers de Los Angeles. Ese año gano dos premios: el Novato del Año y el Cy Young.

Coincidentemente el grupo ABBA había lanzado al mercado su canción «Fernando» y su popularidad en todo el mundo crecía como la espuma. Era el inicio de la decada de los 80’s y la «Fernandomanía» se extendía por todo el mundo que se dejó conquistar por aquel muchacho de origen mayo que dormía en catre de jarcia al igual que sus 11 hermanos.

El lanzamiento de screwball que tiraba con la zurda hizo morder el polvo a las grandes estrellas de la gran carpa. 

Al «toro» Valenzuela lo comparaban con el pequeño extraterrestre de la película ET de Steven Spealberg, porque cada vez que iba a lanzar desde el montículo, levantaba la pierna derecha hasta la cintura y alzaba los ojos al cielo. Muchos pensamos que cada vez que hacía esto se encomendaba a Dios.

Pero luego se supo por parte de sus padres Avelino Valenzuela y doña Hermenegilda Anguamea que desde los 13 años había tomado esa costumbre en los llanos de Etchohuaquila, Sonora. Su tierra natal.

De esa época en que hice mis primeros pininos en la crónica deportiva recuerdo a mis entrañables amigos y compañeros locutores Trinidad «mago» Obeso, José Abel Orona, Ángel García, Julián Castro García, Fausto Soto Silva, Agustín de Valdez, Oscar ‘el rápido’ Esquivel, Octavio Ibarra y Héctor Islas.

Recuerdo a Eva y a ‘la güera’ que eran las hijas de ‘la mayeya’, personaje icónico de Guasave. Recuerdo al papa de mi amigo y compañero de la ESFI Jesús ‘chuy’ Castro del Ranchito de Castro, jamás se perdía un juego de sus algodoneros.

De Fernando Valenzuela aprendí que la humildad es el mejor estandarte para andar por la vida.

Actualmente Fernando es dueño del equipo de los Tigres de Quintana Roo muy cerca de Mérida de donde es originaria su esposa la maestra Linda Burgos.

También tiene casa en Los Ángeles y construyó una casa a sus padres en Etchohuaquila, no quiso que destruyeran la vieja casa de terrado donde nació y creció para nunca olvidarse de su origen.

El buscador cubano ‘corito’ Varona y Tomy Lassorda fueron, son y serán hoy y siempre sus ángeles de la guarda.

“Yo lo filmeee a ese chico”, decía seguido de una sonora carcajada el scout cubano.


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