Crónicas de un periodista… Zuaques tienden trampa en Mochicahui al capitán Diego Martínez de Hurdaide

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Por: Agustín Torres Sotomayor

Luego de fundar la villa de San Juan Bautista de Carapoa y realizar algunas expediciones rumbo al norte hasta lo que hoy es el estado de Nuevo México, en los Estados Unidos, el capitán Francisco de Ibarra repartió tierras y encomiendas a vecinos y a los sesenta soldados españoles que habían fundado la villa de San Juan Bautista de Carapoa y a los vecinos y soldados españoles que estaban asentados en las distintas villas fundadas.

Por su jerarquía, a don Antonio Sotelo de Betanzos y a su capitán Esteban Martin de Bohórquez entregó la villa de San Juan Bautista de Carapoa y un pueblo llamado ‘huiry’ con un conjunto de seiscientos indios. A don Álvaro de Tobar le entregó el pueblo de Ocorory (Ocoroni) con seiscientos habitantes. A don Juan Martínez el pueblo de Chicorato.

La encomienda de los indios del rio Petatlán (Guasave), el capitán Francisco de Ibarra, la repartió entre Pedro Ochoa de Galarraga, Blas del Gueta, Pedro de Montoya, Rodrigo del Rio de Loza, Amador López Maldonado y un vecino apellidado Paladines. Asimismo, repartió toda la gente del rio Cinaloa, desde el pueblo de Baca hasta el pueblo de Ahome y todas las poblaciones del rio Mayo.

La encomienda más rica de las que entregó fue la del rio Petatlán por ser más domésticos los grupos indígenas que poblaban dicho rio, ‘Huasaves’, ‘Tamazulas’, ‘Nios’, ‘Amoles’, entre otros. 

El Guasave que hoy conocemos casi 500 años después, ya era ‘El corazón agrícola de Mexico’. Jamás se equivocó don Roque Chávez Castro en bautizarlo así.

El 04 de diciembre de 1603, el capitán don Francisco de Urdiñola, gobernador de la Nueva Vizcaya, en su camino a Guadiana (Durango), llegó junto con el capitán Francisco de Ibarra a la villa de San Felipe y Santiago (Sinaloa de Leyva). 

Ahí les fue informado que los dos barcos que había mandado construir el fundador de El Fuerte de Montesclaros, habían sido quemados por los indios.

La crónica de don Antonio de Ruiz señala que, durante cinco años, del año de gracia de 1564 a 1569, las naciones indígenas se sublevaron y la población española abandonó la villa de San Juan Bautista de Carapoa. Los indios de Tegueco acabaron con el ganado vacuno del capitán don Esteban Martínez a quien le habían entregado la encomienda de Tegueco o Teguzco, al ver la levantisca, don Pedro de Tobar decidió repartir entre los vecinos cincuenta cabezas de ganado con sus becerros para lo que no le faltara la leche a los indígenas.

Con la rebelión de los Teguecos, se envió de Culiacán al capitán Diego de Guzmán con treinta soldados españoles bien armados con arcabuces y espadas y ciento cincuenta yoremes de las naciones ‘Huasaves’, ‘Ocoris’ con arcos y flechas.

Llegando a la villa de San Juan Bautista de Carapoa. Los ‘teguecos’ se habían pertrechado en un lugar conocido como ‘Basiroa’, en la margen derecha del rio Zuaque a la altura de lo que hoy es Boca de Arroyo. En ese tiempo la rivera del rio tenía un bosque infinito de álamos enormes que no dejaban pasar los rayos del sol.

Acompañaron al capitán don Diego de Guzmán, don Álvaro de Tobar y cincuenta ‘arcabuceros’ que cruzaron el rio Zuaque tomando primero preso a su líder el legendario indio ‘mathome’ (Mahone) y en el fuerte de Basiroa, dos leguas adelante, enfrentaron por la madrugada a los ‘teguecos’ muriendo mucha gente. Solo respetaron la vida de las mujeres, niñas y niños.

Era el mes de enero del año de gracia de 1570 cuando el rio Zuaque registro una creciente que impidió a los soldados españoles y a los yoremes aliados cruzar a la margen izquierda para regresar a la villa de San Juan Bautista de Carapoa. El capitán don Diego de Guzmán ordenó que cortaran troncos de pitahaya que era una cactácea muy abundante, indígenas y españoles construyeron treinta balsas con los troncos casi secos de pitahaya, precisamente a esas balsas, los indios les llamaban ‘carapoas’. El rio Zuaque tenía avenidas sorpresivas. Esa vez fue producto de las equipatas en la sierra.

Ocho días estuvo el capitán español Diego de Guzmán en la villa de San Juan Bautista de Carapoa, hoy El Fuerte de Montesclaros. El indio Mathoma (mahone) fue bautizado por fray Juan de Luque y luego fue ahorcado en una loma alta llamada ‘la loma de Baroteny’ donde el rio hace curva, a la altura de lo que hoy es Canutillo, El Fuerte.

El capitán Francisco de Ibarra, fundador de la villa de San Juan Bautista de Carapoa (El Fuerte de Montesclaros) se había retirado de la milicia para explotar sus tres minas en San Sebastián de Pánuco, provincia de Chiametla, actual municipio de Concordia, ahí murió el domingo 17 de agosto de 1575, víctima de la tuberculosis contraída a causa de las excesivas, fatigosas y prolongadas jornadas que desplegó desde 1526 hasta 1566, dos sobrinos suyos recibieron en heredad las tres minas.

La trampa contra Diego Martínez de Hurdaide. 

El capitán Diego Martínez de Hurdaide, máxima autoridad militar de la provincia, advirtió al Virrey y al Gobernador de la Nueva Vizcaya sobre la peligrosidad de los indios ‘Zuaques’ (Mochicahui) y ‘Teguzcos o Teguecos’ (Tehueco).

Diego Martínez de Hurdaide nació en el Real de Zacatecas, hijo de padre vizcaíno y madre mexicana. Arribó a la villa de San Felipe y Santiago (Sinaloa de Leyva) el miércoles 25 de enero de 1595, siendo cabo con las fuerzas presidenciales del teniente general capitán, Alfonso Díaz.

El virrey que era conde de Monterrey lo nombra capitán y alcalde Mayor. Martínez de Hurdaide fue un pacificador de la nación Cinaloa, si bien era un hombre enérgico y combativo, no por ello dejo de tener rasgos de humanitarismo, generosidad y un espíritu justiciero. Jamás derramó sangre indígena sin necesidad. Bajo su amparo florecieron las misiones y se cimentó el orden colonial. 

El padre Andrés Pérez de Ribas señala que, ‘como autoridad y encomendero dio buen trato a los indios, no los exploto como otros gobernantes exigiéndoles trabajos fatigosos sino más bien los atrajo dándoles ropa, regalando potros a los caciques con la mira de conquistar ‘su amistad’.

La nación de los Zuaques (Mochicahui), se mofaban de los cristianos, habían emboscado al capitán Pedro de Montoya y a sus soldados, habían dado cabida en sus tierras al asesino del padre Gonzalo de Tapia quien, habiendo nacido en León, España, había sido asesinado en Ocoris (Ocoroni) por el indio Nacabeca (Nacabeva). El sacerdote Gonzalo de Tapia fue fundador de la primera misión jesuita en Sinaloa.

Los ‘Zuaques’ habían ido hasta la villa de San Felipe y Santiago a desafiar en forma altanera al Capitán del Presido (presidio), don Alonso Díaz. 

Don Diego Martínez de Hurdaide hizo la promesa de que personalmente los habría de castigar por semejante avilantez. 

Al fraile jesuita Gonzalo de Tapia lo mató de un golpe el indio Nacabeva en la sacristía de Ocoroni, luego se comió algunos de sus partes corporales y después huyo.

El capitán Diego Martínez de Hurdaide, ofendido por tan reprobable acción, para este efecto, después de aplacar por medio de las armas un alzamiento de los ‘huasaves’, preparó cadenas, colleras, arcabuces y todos los arreos de guerra, salió de la villa de San Felipe y Santiago en dirección al rio Zuaque con 25 soldados de caballería y treinta indios para el servicio. A los soldados españoles les ocultó la intención de la misión. Les había dicho que iban a la caza de borrego cimarrón. Ya en los linderos de la nación Zuaque, a dos leguas de Mochicahui les reveló que iban a escarmentar a quienes metían en aprietos a la cristiandad de la villa de la Nueva Vizcaya. Les pidió a sus soldados españoles revestirse de valor.

En ese tiempo en los grandes y extensos bosques de álamos que cubrían la tierra de Mochicahui, abundaba el venado cola blanca y tierra adentro, en la otra banda del rio, en los cerros de El Ranchito, Las Higueras de los Natoches y Carricito, el borrego cimarrón.

Tan pronto como los soldados españoles hicieron un campamento, se presentaron los caudillos de los Zuaques a dar la bienvenida. Interrogaron al capitan Martínez de Hurdaide por el motivo de su viaje, él respondió, ‘venimos a matar reses broncas, a ustedes les entregare su parte’.

Los ‘Zuaques’ escondieron a quinientos indios ‘flecheros’ para asesinar a Martínez de Hurdaide. Así lo relatan algunos historiadores.

Como se tardaban para preparar una fogata para asar la carne porque no había leña, los caudillos se ofrecieron para ir por ella, pero de manera astuta el capitán español los retuvo tratando de que los jefes Zuaques no se le escaparan.

‘No es razón que vais por ellos vosotros, los principales, sino vuestros macevales’ les dijo. Los macevales eran los indios acompañantes de sus líderes iban por la leña felices porque con ella quemarían al Capitán español, pero no alcanzaron a reconocer a uno de los ‘huasaves’ que iba como traductor de los españoles y pudo muy a tiempo precaverse de la maniobra enemiga.

Martínez de Hurdaide se dio cuenta que entre los que acompañaban a los caudillos Zuaques se encontraba una mujer, era Luisa ‘la caciqua’, para impedir que huyera puso en su vigilancia a uno de sus criados. 

Cuando se dio el consabido grito de ‘santiago’, los soldados se abalanzaron sobre sus descuidadas presas capturando también a dos prominentes caciques Zuaques, uno llamado ‘taxicora’ y el otro ‘taa’, que significa el sol y 43 prisioneros más que fueron puestos en cadena de hierro y colleras.

Luisa ‘la caciqua’ le pidió a Diego Martínez de Hurdaide que soltara a algunos de ellos argumentando que eran sus parientes, el capitán solo soltó a uno quien, por su valor, los soldados españoles lo llamaron como ‘Buenaventura’, así lo bautizaría meses después en Mochicahui el padre Andrés Pérez de Ribas.

Capturados sus líderes, los quinientos flecheros de Mochicahui no actuaron, se quedaron inmóviles y se retiraron.

De 1600 a 1621 Diego Martínez de Hurdaide combatió, colonizó y contribuyó a la cristianización de las naciones indígenas. Fue el capitán español quien pidió al virrey de la Nueva España don Juan de Mendoza y Luna, marqués de Montesclaros, la construcción de una fortificación en la villa de San Juan Bautista de Carapoa, para defender a vecinos y soldados españoles de los ataques de los indios ‘teguzcos’ o ‘teguecos’.

Fue el mismo quien puso el ejemplo a sus hombres al construir adobes y poner palizada en dicha construcción, a este asentamiento don Diego le impuso el nombre de El Fuerte de Montesclaros en honor al virrey de la Nueva España. Gracias a Martínez de Hurdaide, un criollo hijo de español y mexicana, nació nuestro Pueblo Mágico.

Oído por casualidad. 

Al principio de la década de 1990, el empresario don Ricardo Madrid, originario de El Naranjo, municipio de Sinaloa insistía a su único hijo.

“Ricardo, tienes que echarle muchas ganas al estudio para que seas alguien importante en la vida, para que llegues muy alto”.

Tiempo después de forma lamentable los padres de aquel niño de El Naranjo fallecieron, ese niño emigró a Culiacán donde realizó sus estudios de secundaria, preparatoria y universidad en la capital del estado de Sinaloa. 

Su dedicación lo llevó a la política con el entonces diputado local, Jesús Aguilar Padilla. Ya siendo Gobernador del Estado fue Secretario Particular del Jefe de Asesores, doctor Rubén Rocha Moya.

La recomendación de Aguilar Padilla le sirvió para llegar a la Secretaria Particular del Gobernador del Estado, Quirino Ordaz Coppel y de ahí a la Secretaria de Desarrollo Social.

De aquel niño de El Naranjo no queda más que el recuerdo. Solo los viejos ejidatarios recuerdan a la familia Madrid Pérez y aquel niño que quería ‘llegar muy alto’ y que ya no regresó al rancho.

Los ejidatarios que aún viven, don José Antonio Castro, Raúl Vega, mi tío Armando Torres Rochín e Hilde Cervantes, esperan que quien será coordinador de la fracción del PRI en el Congreso del Estado al menos les pavimente una calle a los ‘naranjeños’.


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